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EL
GRUPO, ÁMBITO PARA EL PROCESO SUBJETIVO: CONCEPTO DENOSTADO POR LA CRISIS
DEL HUMANISMO |
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La aldea interna que
me habita, refiere a una andadura de tres decenios por los caminos de un
deseado cambio cultural tanto en el mundo externo como en el mundo interno.
En particular, referido al ámbito de la transformación de lo siniestro en
maravilloso [2], como diría el Maestro Pichon
Rivière, es decir, disminuir el dolor psíquico de los y las sujetos,
desbancando los depredadores internos que nos habitan. El tránsito por la
formación psicoanalítica heredera de las agrupaciones argentinas rebeldes al
canon, Plataforma y Documento [3], el acceso a la
teoría feminista, la práctica
terapéutica individual y grupal por más de veinte años, mi experiencia
académica de los últimos doce y en especial, los residuos de destellos
luminosos de los años 60, conforma mi subjetividad, siempre en proceso, como
indica Kristeva [4], en la que dialogan pasado,
presente, proyección futura, realidad
externa, interna y onírica. Soy consciente que de
los recónditos rincones poblados de sombras de nuestro inconsciente, fuerzas
depredadoras se han transmitido por generaciones como sino y destino para
convencernos que la vida es adversidad. Dan cuenta de ello realidades
materiales como la pobreza y hambre en el planeta, como las guerras y la
destrucción de los recursos naturales, como la explotación de colectivos
humanos por otros colectivos igualmente humanos….Se ha naturalizado a lo
largo de los siglos la dominación masculina y por más que el derecho divino
fuera destronado, el aparataje dual del que nos habla Heidi Hartman [5] o sea, el Patriarcado Capitalista, recompuso el
sistema de clases y castas, reforzó la subordinación de las mujeres al pater familias, así como la
marginación de los pueblos originarios y de etnias y razas otras que las dominantes. Hoy, en el aquí y
ahora cotidiano, el sistema neo-capitalista y los propósitos
neo-conservadores, amenazan en todos los rincones del planeta con seguir
pregonando desgracias para los subalternos en beneficio de algunos que lucran
con ellas. Pero este discurso no es volátil. Este discurso, como nos enseña
Foucault, construye subjetividades y, finalmente, logra generar una
heterodesignada subalternidad que los sujetos, en muchos de los casos, aceptan como inapelable frente a lo cual,
la única salida es la violencia. ¿Y las Instituciones?
¿Acaso no estaban para regular el tráfico? ¿No tenían un guardia en cada
esquina para atajar el abuso del dominante? En su pobreza y desfondamiento, las
instituciones han debido llevar los semáforos a las casas de empeño, y los
códigos a la venta de libros usados. Solo han guardado los uniformes para
seguir repitiendo sobre el escenario el guión que otrora la res pública escribiera: pobres
actores, hinchados de soberbia los unos, enjutos, la mayoría de la comparsa
que no tienen a donde escapar. Instituciones estalladas que pretenden aún
campar por sus fueros en este loco planeta que corre despavorido manejado por
espejismos. La ingenua confianza en los paraguas institucionales cada vez se
dilapida más rápidamente en función de las desilusiones que llueven en toda
estación. Por otra parte, la
ilusión del refugio individual dura apenas un momento. Todo sujeto, a estas
alturas, no puede negar que su aldea interna ha sido ocupada por fuerzas
devastadoras que no sabe manejar. ¿Permanece algo en la aldea interna que nos
permita pensar en una reconstrucción subjetiva individual y colectiva? ¿Basta
la mutua representación interna [6] con nuestros
semejantes para configurarnos como grupo o como red interconectada? Cierto es
que las aldeas de los sujetos se van instalando en un mapa relacional: unas
más cerca de otras, algunas luminosas, otras menos, algunas cerradas con
puentes levadizos, otras de luto y aún, aquellas que celebran los triunfos de
la dominación. ¿Sería entonces un grupo, el conjunto de aldeas internas que
se encuentran en un espacio y tiempo determinados para intercambiar
representaciones y conformar una comarca diferente centrada en un proceso de
transformación? ¿Qué sucedería, entonces, en ese mapa comarcal que
terminaríamos por interiorizar? ¿Será el grupo, el
mapa que admite en su trazado semejanzas y diferencias a partir de un esquema
conceptual y afectivo -común denominador-
entre aldeas subjetivas? Si esas comarcas se
establecieren y en un juego de espejos deformante desbarataren el narcisismo
estereotipado que caracteriza a nuestros depredadores internos, resultarían
amenazantes y peligrosas para el sistema dominante responsable de aquellos.
Comarcas que hacen del margen el centro, como expresa Bell Hooks [7] y que desde el juego, desde el cuerpo, desde el
lenguaje creativo, desde un tiempo compartido fuera de la vorágine, son
subversivas. Las producciones subjetivas en la comarca pueden construir un
cuerpo, un cuerpo adverso para los adversarios. Un cuerpo/palabra insolente,
palabra deslenguada porque habla otra lengua y no aquella de los
depredadores. Incluso aquellos
depredadores internos podrían (deberían) desconcertarse al oírse
referidos ecolálicamente por varias aldeas que los exorciza. Si la topografía
comarcal del grupo construye discurso, representaciones, exorcismos y permite
la recuperación de las genealogías en un ejercicio cronológico de apropiación
de otros mundos posibles, entonces se podría aspirar a un comienzo
transformador. Mi recorrido profesional de la mano del trabajo grupal avalado
por patriarcas benévolos, tales como Kaës, Anzieu, Pichon Rivière, Mannoni,
Kesselman y tantos otros, me permite pensar –sin nostalgia- que el espacio
grupal, de grupo pequeño y tarea deconstructiva / reconstructiva puede
configurar parámetros menos coartados por los mandatos, mandatos de género,
de clase, de subalternidad. ¿Y la teoría feminista
y su práctica en todo esto, donde está? Sabemos que los grupos de
autoconciencia de los años setenta restauraron para muchas mujeres a lo ancho
del planeta la posibilidad de instalarse como sujetos de pensamiento y
sujetos de la historia. La aldea interna de las mujeres cobija especiales
depredadores de género que nos repiten una y otra vez que tenemos techo de
cristal, y que nos aconsejan la ética de cuidado como única salida honrosa
para nuestro ser, más cercano a la naturaleza que a la cultura. Elixir de culpabilidad es ambrosía diaria
para las madres que trabajan fuera del hogar en busca de su autonomía y de su aspiración
del espacio público. Miradas hoscas, para aquellas que decidieron la soltería
y/o la no reproducción de la especie. No digamos ya el silicio que azotó por
tantos siglos a las mujeres homosexuales, silicio externo e interno, que,
quizás, aún prevalece…. Y si nos referimos a
lo material del neo-sistema, la discriminación salarial, la trampa de las
licencias maternales finalmente no remuneradas, el acoso sexual y o moral en
el trabajo, las horas extraordinarias no pagadas….No tenemos, las mujeres,
vocación de víctimas, y esto lo prueban nuestros ejercicios revolucionarios a
lo largo de la historia: ejercicios silenciados para que no sirvan de modelo
y no se extienda la peste de la liberación y emancipación en todo el
colectivo femenino humano. Si esa vocación de autonomía y de recuperación de
sí y de la voz propia existe, es porque en algún lugar, y a pesar de los [8] depredadores, en nuestra subjetividad se
inscribe la falacia de la superioridad masculina y de la inferioridad de las
mujeres. Se inscribe la certeza de la arbitrariedad del discurso sexista y de
la discriminación de clase, género y etnia. Se recita el discurso
desde su revés, ya que como expresa la psicoanalista Ana M. Fernández,
siempre lo exaltado contiene a lo negado y a su propia denegación. Si no
¿para qué habría que ensalzar y exaltar lo que fuera tan evidente? Ahora bien, el sistema,
tan astuto, apuesta por la atomización de los grupos y de los colectivos.
Cada uno con su aldea interna, conectándose a redes virtuales a veces
válidas, a veces engañosas, creyéndose loco o loca en su marginación y en su
angustia, o pretendiéndose diferente al amparo de la comunicación virtual.
Cuerpos solitarios que solo pueden pretenderse vivientes por lo que impulsa
su máquina consumista, consumista de bienes, de cultura, de quimeras, de
contactos virtuales, un cuerpo agazapado, quieto detrás de unas teclas que le
permiten canalizar y frustrar deseos y sueños. Una vez, alguien me
dijo que si en una comarca poblada, solo una casa tenía una luz en su puerta,
en la oscuridad de las planicies esta luz, por débil que fuera, se vería a la
distancia como una estrella luminosa. En nuestro mapa de aldeas
interconectadas habrá más de una luz. Quizás cada casa ilumine una lámpara de
aceite como aquellas vírgenes sabias, no en espera del amo, sino en una
intención de generar un fluido de luciérnagas que se burlen de las huestes
depredadoras, tanto externas como internas. Aún hoy, pienso que el
trabajo de producción de subjetividad [9] en el
seno de pequeños grupos, especialmente del mismo sexo, resulta un lugar
saludable para intentar, al menos, una movilidad que nos saque de los guiones
de género, clase y etnia, escritos por los dominantes. Una pequeña ventana
oxigenada con vista a las aldeas vecinas que podremos, cuando queramos,
visitar. Octubre 2012 [*]
En
el marco del Proyecto Internacional I+D La Igualdad de Género en
la cultura de la sostenibilidad: Valores y buenas prácticas para el
desarrollo solidario (Subprograma de Proyectos de Investigación
Fundamental no orientada), España. |
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