EL GRUPO, ÁMBITO PARA EL PROCESO SUBJETIVO: CONCEPTO DENOSTADO POR LA CRISIS DEL HUMANISMO

    Pilar Errázuriz Vidal [*]

 

 


Los Estudios de Género han puesto en tensión el concepto de objetividad de las ciencias sociales y humanas puesto que todo su quehacer pasa, ineludiblemente, por las subjetividades de sus investigadores/as y de los sujetos de estudio y por el contexto social en que se encuentran. Para la epistemología feminista, resulta importante el stand point [1] del hablante, es decir, en este caso concreto por ejemplo, desde dónde escribimos este texto, desde dónde lo pensamos y lo suscribimos. Expreso todo esto en plural, no como deformación académica, sino porque en mi interior albergo una aldea poblada de hablantes y de discursos que, en conjunto, forman una emisora que transmite a través de quien hoy expone. Es una red de discursos que podemos representárnosla como una red de comunicaciones, pero también como una red de pesca que filtra lo asimilable, así como una red para que el trapecista, o sea quien habla, no se disloque al caer.

 

La aldea interna que me habita, refiere a una andadura de tres decenios por los caminos de un deseado cambio cultural tanto en el mundo externo como en el mundo interno. En particular, referido al ámbito de la transformación de lo siniestro en maravilloso [2], como diría el Maestro Pichon Rivière, es decir, disminuir el dolor psíquico de los y las sujetos, desbancando los depredadores internos que nos habitan. El tránsito por la formación psicoanalítica heredera de las agrupaciones argentinas rebeldes al canon, Plataforma y Documento [3], el acceso a la teoría feminista,  la práctica terapéutica individual y grupal por más de veinte años, mi experiencia académica de los últimos doce y en especial, los residuos de destellos luminosos de los años 60, conforma mi subjetividad, siempre en proceso, como indica Kristeva [4], en la que dialogan pasado, presente, proyección futura,  realidad externa, interna y onírica.

 

Soy consciente que de los recónditos rincones poblados de sombras de nuestro inconsciente, fuerzas depredadoras se han transmitido por generaciones como sino y destino para convencernos que la vida es adversidad. Dan cuenta de ello realidades materiales como la pobreza y hambre en el planeta, como las guerras y la destrucción de los recursos naturales, como la explotación de colectivos humanos por otros colectivos igualmente humanos….Se ha naturalizado a lo largo de los siglos la dominación masculina y por más que el derecho divino fuera destronado, el aparataje dual del que nos habla Heidi Hartman [5] o sea, el Patriarcado Capitalista, recompuso el sistema de clases y castas, reforzó la subordinación de las mujeres al pater familias, así como la marginación de los pueblos originarios y de etnias y razas otras que las dominantes.

 

Hoy, en el aquí y ahora cotidiano, el sistema neo-capitalista y los propósitos neo-conservadores, amenazan en todos los rincones del planeta con seguir pregonando desgracias para los subalternos en beneficio de algunos que lucran con ellas. Pero este discurso no es volátil. Este discurso, como nos enseña Foucault, construye subjetividades y, finalmente, logra generar una heterodesignada subalternidad que los sujetos, en muchos de los casos,  aceptan como inapelable frente a lo cual, la única salida es la violencia.
La modernidad y la postmodernidad avasallan en su vertiginoso afán de cambio, que no es cultural sino cibernético y tecnológico, cualquier intento de silencio reflexivo en la aldea interna: al menos una noche mirando las estrellas junto al fuego primitivo que nos recuerde nuestra genealogía, nuestros orígenes, nuestra infancia. No es así, nuestra aldea interna se puebla con inspectores que exigen productividad, con higienistas que se pavonean repartiendo el saludable veneno del consumismo, con celadores y carceleros que nos embargan hasta los sueños. No solo de economía se nutren estas sombras depredadoras. También se nutren de afán de poder. De gozoso poder que se ejerce finamente en cualquier interacción que anuncie asimetría y de represión de todo placer si no es para beneficio de aquellos pocos.

 

¿Y las Instituciones? ¿Acaso no estaban para regular el tráfico? ¿No tenían un guardia en cada esquina para atajar el abuso del dominante? En su pobreza y desfondamiento, las instituciones han debido llevar los semáforos a las casas de empeño, y los códigos a la venta de libros usados. Solo han guardado los uniformes para seguir repitiendo sobre el escenario el guión que otrora la res pública escribiera: pobres actores, hinchados de soberbia los unos, enjutos, la mayoría de la comparsa que no tienen a donde escapar. Instituciones estalladas que pretenden aún campar por sus fueros en este loco planeta que corre despavorido manejado por espejismos. La ingenua confianza en los paraguas institucionales cada vez se dilapida más rápidamente en función de las desilusiones que llueven en toda estación.

 

Por otra parte, la ilusión del refugio individual dura apenas un momento. Todo sujeto, a estas alturas, no puede negar que su aldea interna ha sido ocupada por fuerzas devastadoras que no sabe manejar. ¿Permanece algo en la aldea interna que nos permita pensar en una reconstrucción subjetiva individual y colectiva? ¿Basta la mutua representación interna [6] con nuestros semejantes para configurarnos como grupo o como red interconectada? Cierto es que las aldeas de los sujetos se van instalando en un mapa relacional: unas más cerca de otras, algunas luminosas, otras menos, algunas cerradas con puentes levadizos, otras de luto y aún, aquellas que celebran los triunfos de la dominación. ¿Sería entonces un grupo, el conjunto de aldeas internas que se encuentran en un espacio y tiempo determinados para intercambiar representaciones y conformar una comarca diferente centrada en un proceso de transformación? ¿Qué sucedería, entonces, en ese mapa comarcal que terminaríamos  por interiorizar?

¿Será el grupo, el mapa que admite en su trazado semejanzas y diferencias a partir de un esquema conceptual y afectivo -común denominador-  entre aldeas subjetivas?

 

Si esas comarcas se establecieren y en un juego de espejos deformante desbarataren el narcisismo estereotipado que caracteriza a nuestros depredadores internos, resultarían amenazantes y peligrosas para el sistema dominante responsable de aquellos. Comarcas que hacen del margen el centro, como expresa Bell Hooks [7] y que desde el juego, desde el cuerpo, desde el lenguaje creativo, desde un tiempo compartido fuera de la vorágine, son subversivas. Las producciones subjetivas en la comarca pueden construir un cuerpo, un cuerpo adverso para los adversarios. Un cuerpo/palabra insolente, palabra deslenguada porque habla otra lengua y no aquella de los depredadores. Incluso aquellos  depredadores internos podrían (deberían) desconcertarse al oírse referidos ecolálicamente por varias aldeas que los exorciza.

 

Si la topografía comarcal del grupo construye discurso, representaciones, exorcismos y permite la recuperación de las genealogías en un ejercicio cronológico de apropiación de otros mundos posibles, entonces se podría aspirar a un comienzo transformador. Mi recorrido profesional de la mano del trabajo grupal avalado por patriarcas benévolos, tales como Kaës, Anzieu, Pichon Rivière, Mannoni, Kesselman y tantos otros, me permite pensar –sin nostalgia- que el espacio grupal, de grupo pequeño y tarea deconstructiva / reconstructiva puede configurar parámetros menos coartados por los mandatos, mandatos de género, de clase, de subalternidad.

 

¿Y la teoría feminista y su práctica en todo esto, donde está? Sabemos que los grupos de autoconciencia de los años setenta restauraron para muchas mujeres a lo ancho del planeta la posibilidad de instalarse como sujetos de pensamiento y sujetos de la historia. La aldea interna de las mujeres cobija especiales depredadores de género que nos repiten una y otra vez que tenemos techo de cristal, y que nos aconsejan la ética de cuidado como única salida honrosa para nuestro ser, más cercano a la naturaleza que a la cultura.  Elixir de culpabilidad es ambrosía diaria para las madres que trabajan fuera del hogar en  busca de su autonomía y de su aspiración del espacio público. Miradas hoscas, para aquellas que decidieron la soltería y/o la no reproducción de la especie. No digamos ya el silicio que azotó por tantos siglos a las mujeres homosexuales, silicio externo e interno, que, quizás, aún prevalece….

 

Y si nos referimos a lo material del neo-sistema, la discriminación salarial, la trampa de las licencias maternales finalmente no remuneradas, el acoso sexual y o moral en el trabajo, las horas extraordinarias no pagadas….No tenemos, las mujeres, vocación de víctimas, y esto lo prueban nuestros ejercicios revolucionarios a lo largo de la historia: ejercicios silenciados para que no sirvan de modelo y no se extienda la peste de la liberación y emancipación en todo el colectivo femenino humano. Si esa vocación de autonomía y de recuperación de sí y de la voz propia existe, es porque en algún lugar, y a pesar de los [8] depredadores, en nuestra subjetividad se inscribe la falacia de la superioridad masculina y de la inferioridad de las mujeres. Se inscribe la certeza de la arbitrariedad del discurso sexista y de la discriminación de clase, género y etnia.

Se recita el discurso desde su revés, ya que como expresa la psicoanalista Ana M. Fernández, siempre lo exaltado contiene a lo negado y a su propia denegación. Si no ¿para qué habría que ensalzar y exaltar lo que fuera tan evidente?

 

Ahora bien, el sistema, tan astuto, apuesta por la atomización de los grupos y de los colectivos. Cada uno con su aldea interna, conectándose a redes virtuales a veces válidas, a veces engañosas, creyéndose loco o loca en su marginación y en su angustia, o pretendiéndose diferente al amparo de la comunicación virtual. Cuerpos solitarios que solo pueden pretenderse vivientes por lo que impulsa su máquina consumista, consumista de bienes, de cultura, de quimeras, de contactos virtuales, un cuerpo agazapado, quieto detrás de unas teclas que le permiten canalizar y frustrar deseos y sueños.

 

Una vez, alguien me dijo que si en una comarca poblada, solo una casa tenía una luz en su puerta, en la oscuridad de las planicies esta luz, por débil que fuera, se vería a la distancia como una estrella luminosa. En nuestro mapa de aldeas interconectadas habrá más de una luz. Quizás cada casa ilumine una lámpara de aceite como aquellas vírgenes sabias, no en espera del amo, sino en una intención de generar un fluido de luciérnagas que se burlen de las huestes depredadoras, tanto externas como internas.

 

Aún hoy, pienso que el trabajo de producción de subjetividad [9] en el seno de pequeños grupos, especialmente del mismo sexo, resulta un lugar saludable para intentar, al menos, una movilidad que nos saque de los guiones de género, clase y etnia, escritos por los dominantes. Una pequeña ventana oxigenada con vista a las aldeas vecinas que podremos, cuando queramos, visitar.

Octubre 2012

 

 


[*] En el marco del Proyecto Internacional I+D La Igualdad de Género en la cultura de la sostenibilidad: Valores y buenas prácticas para el desarrollo solidario (Subprograma de Proyectos de Investigación Fundamental no orientada), España.

[1] Harding, S., Rethinking Standpoint Epistemology: What is Strong Objectivity? in L. Alcoff and E. Potter, eds.,Feminist Epistemologies, New York/London: Routledge, 1993. (also appears in Harding, 2004)
[2] Pichon Rivière, E., El Proceso Creador, Nueva Visión, Buenos Aires,1984.
[3] Roudinesco, E., et Plon, M., Dictionnaire de la Psychanalyse, Fayard, Paris, 1997.
[4] Kristeva, J., Le sujet en procès, Polylogue, Seuil, Paris, 1977.
[5] Hartmann H., El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista, en Cuadernos del Sur nº6, Buenos Aires, marzo-mayo, 1987.
[6] Pichon-Rivière, E., El proceso grupal, Nueva Visión, Buenos Aires, 1999.
[7] Hooks B., From Margin to Center, South End Press, Boston, 1984.
[8] Fernández, Ana M., La mujer de la ilusión, pactos y contratos entre hombres y mujeres, Paidós, Buenos Aires, 1994.
[9] Fernández, Ana M., y col. Política y Subjetividad: asambleas barriales y fábricas recuperadas. Buenos Aires, Biblos, 2005.