LA VIOLENCIA SILENTE

   Nicolás Espiro

 


Al ubicar el problema que  trataré aquí, me referiré primero al cambio de título.

La violencia muda, con el que anticipé este trabajo, me ha parecido atraer a su aureola semántica al problema de su difusión por los media. Pero, sin negar el papel que tales media pueden jugar en la visibilidad social de un problema, me interesaba especialmente referirme a aquella violencia que, aún difundida mediáticamente en toda la sociedad, es vivida como parte de los aspectos, malos y buenos, de “la vida real”, tal, por ejemplo, como un fenómeno de la naturaleza capaz de arruinar cosechas o de acabar con un número de vidas por el calor o el frío excesivos.

 

Este tipo de violencia es al que quiero referirme como silente, como una enfermedad muy grave que se desarrolla sin ruido sintomático y que necesita ser revelada por métodos auxiliares.

 

Esta violencia silente abarca muchos aspectos de los que la gente se informa sin preguntarse por qué suceden, lo mismo que haría ante la noticia de un terremoto:

Las hambrunas crónicas y periódicas en los países del llamado del tercer mundo, con su cohorte de enfermedades que quitan la vida a cifras enormes de personas de todas las edades; la miseria, la baja expectativa de vida, la drogadicción y la delincuencia que campean en las zonas de deterioro de las ciudades del mundo desarrollado y de las regiones de los países de ese mundo donde reina mayor desigualdad; las ejecuciones hipotecarias de familias cuyos desahucios no pasan inadvertidos para el vecindario ni para las televisiones, los tiempos de espera para ser atendidos por la sanidad pública, que se alargan cada vez más o la imposibilidad de serlo, donde ésta no existe, si no se tiene dinero suficiente; la desaparición de los ahorros de muchos años de trabajo por los misteriosos vaivenes de una abstracción llamada mercado, la desocupación de familias enteras y la extorsión de los salarios por el eufemismo llamado el “mercado de trabajo”, como si éste fuera un mercancía abstraída de su portador y un largo etc.; en este sentido, puede hablarse de una violencia institucionalizada.

 

En 1970, en el Simposio Anual de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Gilbert Royer expuso una ponencia en la que se refirió a este fenómeno: “Es en sus aspectos cotidianos, solapados, encubiertos, que tenemos que buscar la agresión: en la violencia que nos oprime y nos impide pensarla como opresión. La violencia que hace que centenares de niños mueran de hambre o de abandono todos los años –casi a nuestro lado aunque cuidadosamente ocultos a nuestros ojos- nos parezca una situación más soportable que la de los muertos que puede provocar una revolución (…) Nos acomodamos más fácilmente a nuestra dosis diaria de horrores, absorbida en todas las esferas de nuestras vidas, que a los extras que vienen a sacudir nuestro statu quo.”

 

En este trabajo pretendo una aproximación a los determinantes de esta violencia, intrínsecamente ligados a su naturaleza y función.

Encaro esta tarea con un marco o esquema referencial y operativo que trabaja en base a una dialéctica de los determinantes generales, particulares y singulares de los fenómenos, dentro de la que doy prioridad a la teoría de la causalidad emergente y a una epistemología convergente en la búsqueda de hipótesis de pasaje, esto es que tengan eficacia entre los diferentes niveles de estudio de fenómenos que juegan un papel en esta dialéctica: los económicos, los del comportamiento social y los del comportamiento de los individuos, esto último, en base al modelo freudiano del desarrollo psíquico.

 

Hacia fines de los años sesenta del siglo pasado, en 1968, apareció un libro tuvo efímera publicidad, pero que me movió a leerlo. Se llamaba La Paz Indeseable, traducción del título de la edición francesa que había salido poco antes. Ese libro estaba prologado por John Galbraith, el prestigioso economista de Harvard, lo que era un sello de la autenticidad del texto. Como ese libro, aún para alguien de izquierdas, resultaba inesperadamente escandaloso y poco después había desaparecido de las librerías y de su misma editorial, lo hice circular entre los amigos, hasta que uno de ellos lo perdió en un taxi, lo que después de todo, era una forma más de  circulación.

 

El libro trataba sobre un “brain trust” convocado por el presidente Kennedy en los dos últimos años de su mandato, que debían reunirse periódicamente en un lugar secreto llamado Iron Mountain, con la finalidad de llegar a conclusiones acerca de si una paz duradera era compatible con las condiciones  necesarias para la supervivencia del sistema económico-social estadounidense. Para esto y en una especie de epistemología convergente infernal, había congregado a especialistas importantes de las ciencias sociales, de la psicología, de la geografía humana tanto como de las ciencias exactas y naturales. Uno de ellos, luego de disuelto el grupo, no pudo por más tiempo guardar un compromiso de secreto que le resultaba demasiado pesado y entregó una copia de las actas de estas reuniones a J.K.Galbraith. Este, en su prólogo del informe a la edición francesa de 1968, publicado meses después de la edición estadounidense y reproducido en la edición argentina daba fe que el texto era verídico.

 

En los años siguientes y hasta hace pocos años, he contado a muchas personas acerca del contenido de ese libro. Siempre tuve la impresión que este relato sobre un libro inexistente, era tomado con escepticismo, hasta que un buen amigo, muy hábil en informática por su profesión de arquitecto, lo encontró en la red bajo su título original: “The Iron Mountain”, la montaña de hierro y puede encontrarse en internet su texto completo en inglés.

 

Este libro provocó una polémica en los Estados Unidos, entre políticos y especialistas de las ciencias citadas sobre la falsedad o la veracidad de ese informe y en la cual participó para negarlo el gobierno de Nixon-Kissinger y asesores de la Rand Corporation.

 

En 1972, el primer editor del informe, Leonard Lewin, escribió un artículo en el New York Times en el que escribe que el autor de La montaña de Hierro había sido él. Sin embargo, muchos ensayistas y politólogos han seguido creyendo en su veracidad, apoyados en el desarrollo de la política belicista de los Estados Unidos en los años siguientes y en especial después de la desintegración de la Unión Soviética, su icono de enemigo principal.

 

Sea cual sea la verdad sobre el libro, del que no conozco ningún desmentido por parte de Galbraith, creo que vale la pena una breve reseña de sus tesis principales.

 

En ese texto se concluye sobre las estrategias sociales en cuanto a la manipulación de los comportamientos, del tamaño de las poblaciones, en cuanto a la cantidad de habitantes que sería necesario no sobrepasar (recordemos que, a fines de los 60 y comienzos de los 70, agentes de los Cuerpos de Paz creados por Kennedy, contaminaban con anticonceptivos el agua de comunidades indígenas en Bolivia, con el objeto de reducir la población (este hecho fue objeto del film boliviano “Sangre de Cóndor”) en cuanto a las estrategias económicas, sobre la necesidad del sistema de la destrucción anual de un 10% del la producción de total, por lo que era imprescindible la producción de armamentos, cuya obsolescencia es muy rápida además de ser un producto que contribuye a la reducción de las poblaciones de menos recursos; en cuanto a las diplomacias y guerras necesarias para estos fines; en cuanto al manejo de las mentes para adaptarlas a un sistema de consumo incesante y a un temor constante ente un enemigo en potencia, a la duración de la vida física de la población no productiva y a promover la convicción ciudadana que la vida de la nación se tornaría imposible si existiera un estado de paz permanente, sólo útil para que el enemigo potencial aumentara su fuerza.

 

Independientemente del conocimiento de este polémico texto, un número apreciable de trabajos han sido dedicados a este tipo de daños para  los seres vivos, humanos y no humanos, y tratados en sus aspectos económicos, sociales, ecológicos, psicológicos y fisiológicos; permítaseme citar sólo algunos de estas investigaciones, imposibles de resumir aquí por razones de tiempo y espacio y que en parte han sido comentados por mí en otra parte (Espiro, N., 2001): así los efectos de la tecnología moderna (Soifer, R., 1980) de la economía monetaria de mercado en el interior de las comunidades indígenas y campesinas (Bohannan, p., 1955, Vilar, P., 1982, Shannin, M., 1972-1974) de la televisión sobre la mente, (Sahovaler, j., 2001) y los cambios tecnológicos en la producción agraria (Foster, G.,M., 1963) el reemplazo del conocimiento de las personas por los símbolos de status (Lenhard, M., 1947, Riesman,D., Glazer, N. y Glazer, D., 1950, Ball, R., 1968/69), del desarrollo de la burocracia en la despersonalización de las normas y crecimiento de las relaciones instrumentales entre las personas (Cohen, P., 1967) los obstáculos culturales para el desempeño de los roles maternos (Van der Lew, O., 1980) de la cultura de masas como vector regresivo (Kernberg, O. 1987) de los intereses económico políticos que inducen modelos familiares que dificultan la individuación (Ferro, N.,Cucco, M., y Martínez, A., 1987) del desarrollo del self en las sociedades desarrolladas hacia formas en que la autoestima se organiza cada vez más como suministro externo a la persona (Riesman y Col y Ball, R.) de la cultura estadounidense como involución del desarrollo de la personalidad (Lasch, Chr., 1979); de las consecuencias de las políticas adoptadas de las que resulta el mantenimiento del hambre en los países pobres (Benet J., y George, S., 1987) y de los índices de subdesarrollo y sufrimiento en las sociedades más desarrolladas pero con más desigualdades (Wilkinson R., y Picket,. K. 2009); además de la abundancia de artículos sobre el efecto de los fenómenos culturales sobre el creciente problema psicofísico del stress, de los tóxicos ambientales y alimentarios, de la preeminencia creciente de los cuadros depresivos en el mundo occidental (OMS) o del desarrollo de la omnipotencia humana en su relación con la destrucción del ambiente necesario para la vida (manifiesto de la Sociedad Psicoanalítica Alemana por lo de Fukushima).

 

Quizás la primera denuncia de este tipo de violencia ha sido la de Adam Smith (1776) en su  conocido libro “La riqueza de las naciones”, para quien, la rutina en las nacientes fábricas, llave para el libre cambio y la riqueza de las naciones, provoca el “embotamiento intelectual”, progresivo, de los trabajadores en la nueva producción industrial de mercancías (como al Charlot de Tiempos Modernos).  La segunda denuncia la encontramos en el cap. I de El capital, de Marx (1873), en su conocida sentencia que alude a las consecuencias del  reemplazo progresivo de la producción de bienes de uso por la de mercancías y del trabajo humano concreto “por la función encubridora del valor” que “…convierte a todos los productos del trabajo en jeroglíficos sociales” y que “el carácter fetichista de la mercancía” responde al carácter peculiar del trabajo productor de mercancías. Por eso, para los productores individuales de mercancías, “las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados se les representan como lo que son; es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas.”

 

Pero, a mi modo de ver, todos estos trabajos, con la excepción de los dos últimos, pueden considerarse emergentes fallidos por producirse para círculos especializados y que por estar referidos sólo al campo específico del cambio social, ya sea en las sociedades indígenas como en las campesinas o en las nuestras o a los cambios específicos en la organización psicológica o fisiológica, trabajan sobre determinantes situacionales, esto es particulares; pero en esta causalidad se concreta una dialéctica de los determinantes generales y de los singulares que no se describe, por lo que estos trabajos quedan como datos sectorializados que no aluden a lo que los determina en un nivel superior ni a las consecuencias de causas y efectos en  y por los determinantes singulares de las personas.

 

Así, se trata de trabajos descriptivos del cambio social o etnográfico, o de hipótesis causales en que se atribuyen daño o sufrimiento a la relación de las personas con determinados elementos de la cultura material.

 

Varios de estos trabajos (por ejemplo Lasch, Riesman, Ball, Soifer Asociación Psicoanalítica Alemana) llegan a la conclusión de un límite para la adaptación psicológica y física que no es descrito como tal sino en su emergente psíquico: la regresión al o la detención en el período narcisista del desarrollo.

Si nos preguntamos sobre una determinante general para esta formación económico-social que avanza sobre el resto del mundo constituyendo la llamada mundialización, con su cortejo de noxas silentes descritas arriba, encontramos un sistema capitalista obligado al crecimiento continuo y por lo tanto a una demanda irrestricta de materias primas, del crédito financiero y del consumo por parte de las poblaciones. Esta determinante general se particulariza, con diferencias, en zonas o países distintos, produciendo diferentes tipos de superestructuras culturales, ideológicas y políticas diferentes pero compatibles con el modo de producción inscrito en la determinante general; en la génesis de estas superestructuras intervienen los determinantes singulares de los individuos que constituyen tal o cual sociedad y que influyen en y son influidos por ellas.

Ahora bien, estas formaciones super-estructurales no son epifenómenos o emanaciones directas de las leyes generales del modo de producción dominante, sino que intervienen en forma específica en los ritmos, tiempos y formas en que se reproducen las relaciones humanas y las relaciones con la naturaleza y las relaciones entre los medios de producción y las fuerzas productivas.

Pero si aceptamos esto último acerca de la superestructura en que todos somos actores sociales, tendremos que orientarnos mediante la ubicación de los emergentes de estas influencias y determinar si, por ejemplo, en esta tan peculiar cultura española, son emergentes conservadores o de cambio. En otras palabras, es como preguntarnos si, como actores super-estructurales tiende la mayoría de la población a construir una superestructura progresivamente incompatible con la ley general del modo de producción, agudizando una contradicción con éste o por el contrario, tiende a restaurar su estabilidad mediante una especie de realimentación negativa.

Si dirigimos la atención hacia las posibles hipótesis de pasaje entre los niveles dialécticos en que juega la economía, la sociología y la psicología de los actores, encontramos una variedad de ellas, que han sido citadas arriba, y que predican solamente acerca de los niveles de la dinámica social y la psíquica; como consecuencia,  vemos que ni fenómenos culturales  como la cultura de masas, ni la penetración de la tecnología en la vida cotidiana, ni los obstáculos para el desempeño de los roles maternos, ni las pérdidas de objeto por la masificación de los divorcios, etc. tienen una generalidad causal suficiente, esto es que dejan un amplio residuo de explicación para aquellos sujetos que no son afectados por dichas variables.

En otros trabajos (Espiro, N., 1971, 1972, 2001)  he expuesto una hipótesis en la que la forma del dinero como mercancía fuese la variable eficaz de máxima generalidad (pero así mismo de máxima concreción) tanto para la formación económico social en que vivimos como para el nivel super-estructural de la sociedad y para el nivel singular de los agentes esto es, todos nosotros. El dinero representa el elemento motivante y condicionante principal del comportamiento social.

En cuanto al nivel de los determinantes intrapsíquicos, donde el modelo freudiano es nuestra referencia, sabemos que el primero motivador es la pulsión; debemos, pues, presentar la forma en que el dinero se vincula a estos determinantes singulares.

Quiero ahora resumir, en lo que considero fundamental, a lo que me refiero como desarrollo del “aparato psíquico” postulado por Freud.

El desarrollo de este aparato conlleva una evolución combinada de la libido autoerótica y narcisista primaria inicial hacia un narcisismo secundario, que permite al yo disponer de una suficiente libido de objeto como para percibir un mundo que es “no yo”. En esta evolución se suceden etapas de desarrollo de la libido y del yo desde la oralidad primaria a la fase genital final, pasando por las conocidas fases del cuadro denominado de Freud-Abraham: la oral canibalista, la anal expulsiva, la anal retentiva o secundaria, la fase fálica y la genital de la pubertad y adolescencia. Este desarrollo, aunque de base biológica, es epigenético interactivo; está sujeto a inhibiciones de mayor o menor intensidad en relación con las acciones sobre él del mundo exterior, esto es, de los “objetos externos”; de ahí que los traumas tempranos preedípicos puedan dejar fijaciones en las etapas narcisistas y los traumas de la fase fálica, donde se desarrolla el complejo de Edipo, fijaciones para las organizaciones neuróticas infantiles, de la adolescencia o la adultez (Espiro, N. y Sanchez, A., 2009). Los seguidores de este modelo, que trabajaron con hipótesis convergentes con él, desarrollaron posteriormente la clasificación de Freud (1924) sobre las neurosis narcisistas, diferentes de las psicosis, “rellenando” esta clasificación con las actuales formas clínicas de la patología narcisista.

Freud y sus colaboradores elaboraron la hipótesis de que el dinero tiene como antecedente psíquico las heces infantiles de la analidad retentiva, etapa en que hay ya suficiente libido objetal como para percibir un vínculo con algo diferente del propio yo; de esta forma, este vínculo entre el yo que atesora y el no yo del asistente externo (madre, padre, etc.) que pone al infante en la bacinilla, se vuelve conflictivo ¿a quién satisfacer? ¿al  yo, para satisfacción propia o al “objeto”, para ser querido por él?. Como puede verse en esta pequeña ‘dramatización’, está en juego aquí la primera consideración o  “miramiento por el objeto” (Freud, S. 1932) lo que presupone, así mismo, las primeras expresiones clínicas de la empatía, de la comprensión de los deseos del objeto.

Pero cuando vemos que el dinero condiciona, en el nivel psicológico, un  factor de omnipotencia en la pulsión de apoderamiento y en la posibilidad de descarga bajo su forma específica del deseo inconsciente y que no tiene en cuenta al objeto real de estas acciones (que vemos en clínica como dificultad en el control de impulsos), en la relación instrumental con los demás (que vemos en la clínica como déficit en la  empatía) en el sadomasoquismo de los vínculos y la dificultad para distinguir los deseos propios de los de otras personas, tenemos que concluir que la tesis de un linaje del dinero en la fase anal retentiva no es suficiente, como sostiene muy adecuadamente Castillo Mendoza (2010) apoyado en su razonamiento marxista con el que concuerdo y que apunta a una característica del dinero como determinante general esto es, que el dinero de linaje anal retentivo no concuerda con el concepto de dinero como capital, el que está ligado a una acumulación constante que debe revalorizarse en forma permanente.

Dado el auge progresivo que se observa desde hace más de cincuenta años de estos cuadros clínicos, se ha planteado el problema si todos estos pacientes han sufrido traumas de consideración en las etapas narcisistas del desarrollo. Kernberg, por ejemplo, desechaba en 1975 los efectos de los factores culturales (esto es sociales) en la inducción de esta patología, dado que condición de su existencia eran los traumas tempranos. También Bergeret opinaba así en sus libros de esa época; pero Kernberg, (1987) en su trabajo sobre la cultura de masas, califica a ésta como capaz de producir regresiones a la fase de latencia o aún a regresiones más profundas. En su libro de 1995, Bergeret señala también a los factores sociales, políticos y económicos que reforzarían a los “factores de riesgo” induciendo la inmadurez afectiva, la  desmentalización y pseudo realidad que caracterizarían el funcionamiento límite.

He citado sólo a dos entre los investigadores psicoanalíticos más influyentes, para señalar que la organización dominante de las condiciones de vida, en la sociedad de estos tiempos, como factores desencadenantes de condiciones previamente dadas ha sido reconocida ampliamente. Para alejar malentendidos, sería necesario puntualizar que las condiciones previas (traumas y correspondientes fijaciones en las etapas narcisistas), responderían también a estas noxas situacionales mediante su influencia en los “asistentes externos” (como los denominaba Freud) de los niños pequeños en sus etapas narcisistas, lo que asegura la reproducción de estos tipos de personalidad.

Así mismo, sería oportuno redundar en que, en este modelo freudiano, la característica del yo de estas etapas narcisistas, son las fantasías inconscientes de omnipotencia y que, como señala Numberg (1955) toda fijación cristaliza en fantasías inconscientes.

Esta omnipotencia del pensamiento infantil está destinada a ser elaborada durante la fase fálica, en que la maduración permite el encuentro del conflicto relacional con objetos investidos, casi totalmente, con libido de objeto y por lo tanto, diferenciados ya del yo. Cuando se ha llegado a esta etapa con viento a favor, es decir, sin traumas importantes en las fases anteriores, el narcisismo fálico, como lo consideraba Freud un último reducto del narcisismo infantil previo, se elabora en sus inevitables traumatismos bajo la forma de  disposición para alguna de las tres neurosis verdaderas.

De lo anterior se deduce que, cuando el Edipo no puede ser elaborado en forma suficientemente adecuada, esto no se debe a problemas propios del narcisismo fálico, sino a problemas parentales y familiares o bien,  a que este “reducto” está gravado por el solapamiento de fijaciones previas que no han integrado sus investiduras libidinales ni los mecanismos del correspondiente yo a las fases del desarrollo subsiguientes, sino que se solapan en ellos con sus fueros originales, esto es, sus formas específicas de descarga (succionar-depender, triturar e incorporar, expulsar y proyectar). Así cuando llegan a la fase fálica, esta recibe unas investiduras de intensidad variable (depende del monto de excitación de las fijaciones) que puede convertir al complejo de Edipo en imposible de elaborar para el infante.

De esto, también deducimos que, por una parte el carácter de omnipotencia que muestra el dinero considerado como capital, como la economía basada en él, de permanente e irracional desarrollo, no puede conciliarse con un falicismo como el que puede dar origen a una organización neurótica (cf. Catillo Mendoza, C., 2010: 33), a menos que se esté optando por otro modelo teórico, como el que marca la diferencia entre pene y falo, representando este último toda la omnipotencia narcisista infantil, pero en  una teoría que no tiene lugar para una perspectiva del desarrollo y por ende para una patología del narcisismo preedípico.

Por otra parte, el amor genital, consecuencia de la elaboración adecuada del falicismo edípico, se caracteriza por la superación del control omnipotente, por el aumento de la empatía, la reducción de la ambivalencia y por ser oblativo (Cf. Bouvet, M., 1967).

Este trabajo viene a sostener que la organización psicológica del primate humano es lábil, no solamente por la razones que adelantó Freud referidas a su prematuridad y a su larga dependencia en comparación con los demás animales superiores, sino porque, como todo ser vivo, está organizado en función de un determinado ambiente; si este cambia más allá de las posibilidades de adaptación, la especie de estos organismos se extinguirá. Los primates humanos no son ninguna excepción, pese a las ópticas que intentan mostrarlo como poseedor de una capacidad de adaptación psíquica y física a prueba de cambios (por ejemplo, cierto usos de la teoría de la resiliencia); dado que el ambiente humano es no sólo la naturaleza sino también la superestructura social, y como lo están poniendo de manifiesto numerosos sociólogos (y muy escasos psicoanalistas) asistimos a un cambio en el desarrollo de la individuación y de la personalidad que no puede sino calificarse de regresivo y que no es justamente una regresión a las organizaciones neuróticas, como en  las clases favorecidas de la sociedad en que nació el psicoanálisis, sino a la condición más primitiva del narcisismo preedípico, donde la fantasía dominante es la fusión con el yo ideal, con su pulsión de apoderamiento y de control omnipotentes.

El dinero bajo su forma de capital, constituye en esta propuesta el mediador más general entre los niveles de las determinantes generales, particulares y singulares; es la forma que adquiere el valor de lo producido, es el motivador principal de la organización social y de sus logros culturales, artísticos y científicos, al mismo tiempo que de sus limitaciones. Y se presenta a la mente del primate humano no sólo como condición de su supervivencia, sino como la varita mágica que da acceso, como en los sueños, a la realización de deseos.    

 


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